La jugada 37. Inteligencia Artificial en la industria editorial
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La Inteligencia Artificial (IA) ha irrumpido en 2023 en nuestras vidas, a nivel profesional y privado, en una escala y a una velocidad sin precedentes. A la proa ChatGPT, el chat de IA generativa creado por OpenAI que dio el campanazo de salida a la adopción masiva de esta tecnología, alcanzó los 100 millones de usuarios en tan sólo dos meses.
Tiempo para alcanzar 100M usuarios
Meses para llegar a los 100 millones de usuarios mensuales globales activos
Fuente: UBS/Yahoo Finance
La velocidad ha sido tal que líderes de empresas tecnológicas han pasado de recomendar que se enseñara a programar a niñas y niños en las escuelas a avisar de que no se molesten.
Hoy ya es posible, por ejemplo, acceder desde nuestro móvil a traducciones simultáneas de voz, borrar un paseante distraído del fondo de un selfie, escribir con un corrector gramatical detrás de la oreja (o extensión de tu navegador) y pedir de viva voz en lenguaje natural a un asistente virtual que te sugiera dentro de tu presupuesto dónde ir de vacaciones en Semana Santa a menos de tres horas de vuelo con playa, buen tiempo y baja probabilidad de que te roben el móvil en las Ramblas.
En todas estas tareas interviene la IA y no es difícil identificar profesiones existentes aún hoy en día en las que un humano cobra un salario por hacer eso mismo.
Por otro lado, no hay que entender el discurso sobre esta tecnología como un quevieneellobismo equivalente al que acompañó a la llegada del libro electrónico, sino que se extiende mucho más allá de la industria editorial, y su impacto, al menos en esta fase inicial en la que nos encontramos, sería más parecido al que ha tenido internet desde los años noventa hasta ahora, sólo que a cámara hiperrápida.
Dejaremos para el final la conversación sobre el P(Doom) o Factor Extinción, referido a la probabilidad de que la IA cause la extinción de la humanidad, y que Elon Musk, cofundador en 2015 de OpenAI y miembro del consejo de dirección hasta 2018, sitúa entre un 20 y un 30%.
En la industria editorial, los autores han sido los más rápidos en adoptar la IA para crear nuevas obras, hasta el punto que Amazon limitó el pasado septiembre el número de libros publicados al día por autores autopublicados, bajo la sospecha de estar recibiendo un gran número de títulos generados artificialmente.
Más recientemente retiró varios títulos relativos al cáncer del rey Carlos III de Inglaterra publicados horas después del anuncio de su enfermedad y creados supuestamente por IA.
Las editoriales por su parte disponen de numerosas herramientas que permiten integrar la IA en sus procesos de trabajo cotidianos, desde la traducción, edición y corrección de obras hasta múltiples tareas de márketing pasando por la creación de portadas o informes de lectura.
La IA viene de lejos, de la década en que Elvis publicó su primer disco y Tolkien El Señor de los Anillos, pero el salto radical que la encarriló por donde estamos ahora se produjo a principios de la década de los 2010, la de Cincuenta sombras de Grey y el debut de Rosalía, y fue gracias al trabajo de tres investigadores, Geoffrey Hinton, Yoshua Bengio y Yann LeCun, que ganaron por ello el Premio Turing, considerado el Nobel de la informática.
Ellos sentaron las bases de la IA que usamos hoy día.
En concreto, podemos hablar de dos grandes grupos. Los primeros serían los Modelos de Lenguaje Extenso (Large Language Model, o LLMs), capaces de modelar abstracciones de alto nivel que después aplican en entender, resumir, generar y predecir texto, entre otras tareas.
Y los segundos, los Transformadores Generativos Preentrenados (Generative Pre-Trained Transformers o GPTs), una clase de LLMs especializados en generación de texto, o en los modelos más avanzados, multimodal (texto e imágenes), a partir del vastísimo corpus de contenido usado para entrenarlos.
Y en este corpus es donde se ha liado el Cristo: las compañías tecnológicas, en la mejor tradición Siliconvallera del “move fast and break things”, han vuelto a comerse el pastel primero y pedir permiso después, y han entrenado estos sistemas con libros pirateados, usando todo el contenido al que han podido echar mano, tanto de dominio público como privado, sin pagar por derecho de uso.
Este contenido es conocido, en casos como los gigantescos catálogos tan poco originalmente llamados Books1, Books2 (usados para entrenar ChatGPT) y Books3 (usado por Meta), este último con más de 190.000 libros digitales publicados en las últimas dos décadas que incluyen títulos de premios Nobel como Alice Munro, Vargas Llosa o Doris Lessing.
Cada vez más (por razones relacionadas con el siguiente párrafo) se mantienen en secreto los corpus utilizados para entrenar éstos voraces sistemas.
Editoriales, autores y gremios además de periódicos y grupos mediáticos digitales han comenzado en consecuencia a demandar a OpenAI con Microsoft (su mayor inversor) y Meta por el uso ilegítimo de su propiedad intelectual, y digo comenzado porque la experiencia ha demostrado repetidamente que con las grandes tecnológicas, quien no llora no cobra, por lo que el camino a seguir es claro.
Sería irresponsablemente ingenuo esperar que alguna de estas empresas acuda espontáneamente a ofrecer pagar por todo el contenido pirateado, presente y futuro, utilizado para entrenar sus poderosos sistemas de IA.
Por otra parte, muchas editoriales están adaptando ya sus contratos con autores y plataformas de venta para prepararlos para el futuro, pidiendo garantías a los primeros de que su obra es genuina o si es fruto de la intervención de una IA, ya que ha de ser declarado; y a las segundas para que se comprometan contractualmente a no utilizar su catálogo para entrenar a las IAs sin permiso explícito (y previo pago).
Para Bookwire, como una corporación líder en distribución editorial, la defensa de la integridad y seguridad de la propiedad intelectual (PI) de nuestros socios editoriales es una misión fundamental.
Constituye la base de un ecosistema creativo próspero, donde autores, editoriales y plataformas de venta pueden compartir sus ideas de manera segura, sabiendo que su trabajo está protegido.
Estamos totalmente comprometidos a proteger lo que es más importante para la empresa editorial: las propias obras creativas.
Y tras la pausa publicitaria, la nota positiva final: la extinción de la humanidad causada por la IA.
Es positiva, obviamente, porque si llega el momento, la preocupación por las regalías pasaría a un segundo plano para la gran mayoría de editoriales y autores…
No digo que haya que trabajar sobre esta hipótesis, pero la velocidad a la que ha progresado la IA en apenas un año y medio (véase, por ejemplo, la generación de vídeo a partir de texto en marzo de 2023 y en febrero de 2024) dificulta predecir dónde estaremos en una década, pero aquí van dos pinceladas.
Jeffrey Katzenberg, fundador de DreamWorks Animation, afirmó hace meses ya que la industria de animación requerirá menos de un 10% de sus trabajadores actuales en menos de tres años.
Elon Musk, en su reciente demanda contra OpenAI afirma que ChatGPT 4 ha alcanzado ya el nivel de IAG (Inteligencia Artificial General), que es la que se considera que supera al ser humano en todas sus facetas.
Aunque no aporta pruebas que basen su afirmación, ya hace ocho años presenciamos en otra IA retazos de esa superioridad.
Hablo del célebre movimiento 37 del enfrentamiento en el torneo de Go celebrado en marzo de 2016 al mejor de cinco partidas entre AlphaGo, la IA creada por DeepMind, de Google, y el campeón del mundo Lee Sedol.
Descrito brillantemente por Benjamín Labatut al final de su última y fascinante novela, MANIAC, la jugada 37 es un atisbo de lo que está por venir, por parte de una creación humana, un artefacto, y que nos superará primero y dejará muy atrás enseguida, igual que una calculadora nos supera en capacidad de cálculo, o un coche en velocidad, pero esta vez en algo intrínsecamente humano: la inteligencia.